Incompleta e inmortal, el divino Mozart se despide con este bellísimo poema sonoro antes de desaparecer en la eternidad, hasta bien poco antes de su muerte, un hombre misterioso, completamente vestido de negro, visita a Wolfgang Amadeus Mozart en su casa de Viena y le pide componer un Réquiem (una pieza que normalmente se interpreta mientras se canta el texto de la misa por un difunto) para un servicio fúnebre. Nunca le dijo su nombre, tampoco el nombre de la persona para la cual estaba destinada la pieza y le exigió no investigar las razones del encargo; muy impresionado por lo que pensó era un mensaje del más allá y convencido de que la pieza estaba destinada para su propio funeral, comenzó a trabajar en el Réquiem, alcanzara a componer las primeras tres secciones, los coros y algunas partes instrumentales, pero un mes después cae enfermo y muere.